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sábado, 24 de julio de 2010

LA MODERNIDAD SE OCUPA DE MODIFICAR EL MATRIMONIO

La Argentina ya tiene ley de matrimonio igualitario. ¿Qué criterios históricos, sociológicos y psicológicos conviene tener en cuenta cuando se habla de nuevas formas de vinculación afectiva? Aquí, dos visiones complementarias.

Por Daniel Borrillo - PROFESOR DE DERECHO PRIVADO, UNIVERSIDAD DE PARIS OUEST. INVESTIGADOR DEL CNRS DE FRANCIA

En la controversia actual sobre el derecho al matrimonio para las parejas del mismo sexo, es usual abordar la cuestión como una ruptura con la tradición. Pero ¿de qué tradición estamos hablando? Desde la Revolución Francesa, el matrimonio deja de ser concebido como un sacramento.

Aunque para el derecho canónico, la diferencia de sexos es consustancial a la unión, pues el matrimonio conlleva la finalidad reproductiva, en el ámbito civil, en cambio, lo que resulta particularmente relevante es la voluntad de los contrayentes.

No es la consumación (unión de los cuerpos) lo que cuenta sino el consentimiento (unión de las voluntades). En ese sentido el matrimonio entre personas del mismo sexo se inscribe plenamente en esta “tradición” que denominamos “la modernidad”.

Al referirse al matrimonio muchos de los opositores hacen referencia no tanto a la dimensión civilista de las bodas sino a su pasado sacramental. Que la Iglesia se oponga al sacramento matrimonial para las parejas homosexuales resulta evidente, pero nada tiene que decir respecto al derecho civil matrimonial. El movimiento LGBT (lesbiano, gay, bisexual y transexual) produjo el triunfo de una visión contractualista y desacralizada de la vida familiar, concebida de ahora en adelante al servicio del individuo y no éste al servicio de aquélla.

Si el feminismo puso fin al “contrato de género” denunciado como la perpetuación de la desigualdad social y política de la mujer, el movimiento LGBT radicaliza dicha evolución pues rompe con la base misma de la diferencia de sexos como constitutiva del contrato matrimonial. Por eso los códigos modernos no hablan ya de “marido” y “mujer” ni de “padre” y “madre”, denominaciones de tipo residual que hacen referencia a la especificad de las funciones masculinas y femeninas, sino de “cónyuges” y “genitores”, terminología más adecuada con la exigencia de igualdad entre las partes ya que los derechos y obligaciones no están determinados por el sexo de los contrayentes.

Holanda, Bélgica, España, Canadá, Suecia, Sudáfrica, Portugal y varios Estados de los EE. UU. han ya abierto el matrimonio a las parejas de mismo sexo. El conjunto de los partidos de izquierda de Europa ha integrado en sus plataformas electorales el derecho de gays y lesbianas al matrimonio.

El debate actual constituye una ocasión importante para asumir sin cortapisas los principios políticos de la modernidad: desacralización de las nupcias, disociación entre sexualidad y reproducción, contractualización de las relaciones familiares.

Las instituciones familiares no están fundadas en un orden natural que trasciende la voluntad individual. Cada ciudadano, hetero u homosexual, construye su propia familia en función de sus deseos e intereses. El rechazo del matrimonio homosexual muchas veces no es más que la hostilidad hacia la modernidad política, social y jurídica. El horror que produce el matrimonio gay es proporcional al temor de fundar la vida social en valores inmanentes y no en una metafísica naturalista. Los argumentos que se utilizan contra la igualdad para las parejas homosexuales no son novedosos, han sido usados por los conservadores contra los matrimonios interraciales, contra la igualdad de las mujeres, contra el sufragio universal …

Todas estas evoluciones fueron también consideradas como situaciones apocalípticas, fruto del miedo irracional al cambio. La modernidad es siempre un proyecto inacabado, una asignatura pendiente, con un gran potencial utópico. Por eso cada piedra que se trae al edificio del progreso social constituye un aporte extraordinario que debemos celebrar. Hoy le debemos dicha contribución al movimiento gay que reactualiza todos los combates anteriores de las minorías que enriquecieron la democracia


 
Carlos Alberto Da Silva

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